jueves, 22 de enero de 2009

Tiempos remotos sin mando a distancia


En los tiempos de mi niñez las visitas se recibían de muy distinta manera que hoy, que vivimos los días del autoservicio, el bufete libre y el Ikea; se ha perdido la entrañable costumbre de la tournée guiada. En este rito de cortesía, mientras los hombres se despachaban el primer güisqui o cubalibre y presumían de la última pieza cobrada en una reciente jornada de caza o pesca, la señora de la casa acompañaba a su homóloga a todas y cada una de las habitaciones presentándolas como si tuviesen vida propia y fueran a responder. Dicho ritual me provocaba fiebres y pesadillas en las que la invitada de turno utilizaba los espacios y sus enseres arrastrada por unas necesidades mal aguantadas hasta ese momento. En mis sueños despiertos, la recién llegada se sentaba a cagar en cuanto le enseñaban dónde estaba el lavabo, se tragaba crudo el contenido de la nevera al llegar a la cocina y terminaba llamando a su marido para que se la trajinara en la cama de mis padres, donde caían dormidos obligando a mis viejos a ocupar mi habitación y desplazándome a pernoctar en el trastero.
Los años y sus nuevos usos han calmado mis pesadillas. Tanto que, lejos de miedos infantiles, de mis padres y sus amistades, echo de menos una libertad que nunca conocí pero aparecía implícita en la fórmula de bienvenida:
A nadie se le ocurriría hoy montar una cama y dos mesillas de noche en el cuarto de baño o la cocina. Parece que entonces, sí.

No hay comentarios: