Tercero ama

Como sólo se puede hablar de uno o de los demás, -esos segundones en la órbita del propio ombligo- paso a darles cuenta del sucedido que le aconteció a un tercero.
Este tercero, íntimo desconocido mío, tuvo un ideal amoroso. Como ideal era, ni más ni menos, tan irreal como los que habían sido antes y los que vendrían después. Pero era un ideal con un buen culo, al fin y al cabo de guardia.
Acudiendo a la cita que debía ser definitiva, -esa en la que esperaba alcanzar el objeto de su vehemencia-, nuestro tercero en cuestión decidió regalarle a su ideal una rosa. No es que fuese muy original el hombre, pero hay que tener en cuenta que ella misma era una copia serigrafiada de alguna otra mujer que debió existir en un pasado remoto, puede que en aquella época en la que Briggitte Bardot todavía no tenía perros ni ladraba ella misma.
Como la excitación de la cita le subió la libido hasta la garganta, y parecía que desde allí fuera a escapársele saltando a la calle desde la boca; tercero decidió aliviarse en el baño del bar en el que esperaba a su ideal. Fueron cuatro sacudidas celestiales, entregadas como lo serían las embestidas de un Don Juan rendido a Doña Inés, como la primera cópula divina de Romeo y Julieta. Fue un acto de amor puro. Lo único que tuvo de sucio fue que el agua del baño estaba cortada.
Bien.
En cuanto llegó su ideal, tercero le entregó la rosa de su pasión encendida.
Ideal la tomó con sus dedos como pinzas, por el tallo. La cogió de lejos, apartándose de la mano que se la ofrecía, mano impregnada de la fragancia del amor verdadero que la evocación de su imagen acababa de arrancarle de los riñones a tercero; aún no hacía cinco minutos.
En ese momento, tercero se dio cuenta de que su ideal no lo quería. No lo quería a él, que olía a vida real, sentimientos tangibles y lefa; sino a sus rosas, que apestaban a moribundo, poesía gastada y al presupuesto despilfarrado de dos paquetes de tabaco.

Dado que esta es una historia romántica, ni que decir tiene que tercero se masturba todavía hoy con la imagen que guarda de su ideal. Lo hace con regularidad cada martes a las siete de la tarde, día y hora en el que tuvo lugar el fallido encuentro hace ya veintinueve años, cuarenta y siete días y treinta y cinco segundos.
Ahora mismo o dentro de un minuto, se cumplirá la efemérides de otro encuentro malogrado con otro ideal perdido y tercero volverá a comenzar su historia de amor sin fin.
Día día, verso a verso, tercero ama.

(El presente texto vuelve a ser resultado de un expolio a mí mismo. Quien quisiera leerlo en su contexto original, puede y de hecho debe visitar el despacho del Ilmo. Sr. D. Imbelecio Delatorre. Ver links "Para el after shave, Geniol").