Pena, penita, pene

Monsieur Fastidieu DeLavie, -francoinglés de pura cepa, de ahí el Fast y el Dieu, y también franco de ingles, como su propio nombre indica-, llegó al mundo con la misma intención que visitaba la taberna, el confesionario o el colmado, establecimientos todos de su propiedad o de la de su esposa; que tanto da, tanto recibe, ya que eran muy católicos ellos. Monsieur DeLavie quería follar.
Su presentación causó conmoción y desmayo. PAra su puesta de largo se autorretrató según el calco de su pene erecto que obtuvo embadurnándolo en tinta china y estampándolo en papel de estraza. Si bien algunas debutantes salieron huyendo despavoridas del lugar -¿uested sabe cuál es? Yo tampoco!- al reponerse del desvanecimiento de tal impresión gráfica, otras corrieron a obtener una imagen facsímil de su vagina palmoteante que presentaron a la vista de M. Fastidieu.
Los hombres no se achicaron. Todos ellos sacaron fotocopias ciclostiladas de sus penes, de los de sus novios o de los amantes de sus mujeres; reproducciones que se apresuraron a exponer junto a la de las partes pudendas de DeLavie y su corte de vaginas presurosas.
DeLavie, dando otro paso adelante, decidió mostrar una nueva impresión impresionante. En vez del papel de envolver de su colmado, usó esta vez una hoja de la cartilla de la caja de ahorros de la que también era propietario, cuidando, eso sí, que la cifra del montante de su saldo no quedase tachada por la huella de la tintura de su glande.
Respondiendo al envite, las mujeres se lanzaron a imprimir sus vulvas en las cuentas impagadas de los colegios de sus hijos, en las del supermercado, en las de la corsetería de la esquina, o donde dolía más, en las nóminas de sus maridos.
Los hombres, no pudiendo competir con aquello, se retiraron a un rincón más discreto y asequible. Encontraron un club de lectura donde, gratuitamente, daban té con pastas los viernes por la tarde. Es lo que había comenzado siendo el lugar del que huían, pero el nuevo local presentaba la garantía de estar reservado en exclusiva a eunucos en paro.
Podemos suponer que Fastidieu es feliz en el harén, ahora de su entera propiedad, rodeado de vaginas palmípedas.
Pero que nadie me lo cuente, por favor, que me la acabo de cortar.